Los afeminados, las locas, las jotas afean los lugares de encuentro. Pero también afean los cafés, restaurantes, la calle. Con su exagerado actuar, cual remedo de la mujer que nunca serán, hacen que a todos los gays, incluso aquellos que somos varoniles, no obvios, discretos, que actuamos como lo que somos, hombres, nos traten igual.
¿Acaso no sería ideal aquellas ciudades sin una sola loca? Donde los gays podamos ser gays de verdad, sin tener que gritar al mundo lo que nos gusta. Así solía ser antes. Todos los hombres solían ser varoniles, cogiesen o no con otros hombres. Y los afeminados eran tratados como lo que son. raritos. El sexo era exclusivamente clandestino: en los campos, baños, calles, colegios, en la milicia pero siempre sin causar escándalo. Las locas son eso: escándalo. Mientras no haya escándalo, todo es mejor, todo era mejor. Tampoco uno iba de la mano con otro hombre por la calle y menos pensar en besarse entre ellos en público. Y uno podía casarse, con una mujer obviamente, y vivir feliz mientras se cogía con otros hombres pero siempre sin escándalo.
¿Cuál era el costo del escándalo? ¿De no cumplir con lo anterior? Ser mirado feo, excluido, incluso recluido y tratado.
El escándalo de las locas es lo que eso ha permitido: nos ha llevado a la visibilidad, afeminados o no, nos ha dado reconocimiento, derechos y han reconocido el respeto que merecemos. El escándalo de las locas es el recordatorio de que todo eso ha sido ganado con base en insultos, escupitajos, golpes, exclusión, tortura y hasta la muerte.